Abuelos postizos , afortunada yo...
Por Marisa
E. Furno
Erase una cálida tarde de primavera, cuando mis
hermanas y yo, como casi siempre, esperábamos con ansias salir del colegio,
para ver que hacíamos el fin de semana.
Algunas veces, íbamos a la casa de alguna tía de
esas que vivian lejos.
Para ir a Monte Grande, un pueblo no muy lejos
de casa, había que tomar colectivo, y tren, lo que lo hacia mas excitante aun. Me gustaba ir
para allá, porque podía visitar al mismo tiempo a mis tres tías, Leo, Rosa y Mabel. Todas vivian a unas cuadras
de diferencia. Además estaban mis primos, más o menos de la misma edad que
nosotras, que nos hacían reír mucho y hacían mas entretenida la tarde (además de
tener unos amigos muy lindos!!).
Si se organizaba, podíamos comer asado en lo de
mi tía Leo ( sin olvidarnos de las batatas o castañas a las brasas), y después las
espectaculares pizzas a la parrilla en lo de mi tía Mabel.
A veces si se hacía muy tarde, mi tío Genaro,
un napolitano de pura cepa que le encantaban los ajíes p.p. (de la mala palabra,
bah) y marido de mi tía Leo, nos podía acercar en su Mercedes Benz 1112/4 (ya
que era camionero). Me mataba la palanca de cambio cubierta por una piel roja
azulada, clásica de la época y la profesión, sin olvidarme de los escarpines o
el rosario que colgaba del espejo
retrovisor. Nosotras nos tirábamos de cabeza en la cucheta. Era muy divertido!!
Otras veces, planeábamos ir a Capitán
Sarmiento, donde vivía mi tía Pini, con quien pase los mejores veranos de mi
vida, ayudando en el tambo, cosechando choclos, caminando por el campo sin fin,
sola, con la esperanza de encontrarme con algún duende (personajes de los
cuentos que mi tía me relataba). Aun hoy disfruto del recuerdo de los aromas inconfundible
de las mañanas, apenas saliendo el sol, la mesa llena de tazones de café con
leche, y toda la peonada dispuesta a desayunar esas galletas de campo con
manteca casera que mi tía se encargaba de separar cuando le dejaban el tarro de
leche, al igual que la crema y otras exquisiteces.
Durante unos de estos veranos, vinieron al tambo mi mama con mis
hermanas y como hacía calor, fuimos todos al tanque australiano ( el tanque que
se llena con el agua que el molino extrae de las napas subterráneas). Pero había
un problema, éramos tres nenas, y solo dos mallas. Así que mi mama decidió que
una de las tres se metiera en el agua en ropa interior. Difícil situación, pero
como mi hermana Patricia lloraba de vergüenza, yo me ofrecí valientemente,
aunque debo reconocer que la experiencia no fue muy buena. Nunca salí del
tanque a pesar de la temperatura del
agua (congelada en pleno verano) y evite
a toda costa cualquier tipo de contacto visual.
Ir al pueblo era una fiesta para mí. Solo íbamos
una vez cada quince días, y había que ir en la camioneta, para poder cargar las
cosas. Si nos olvidábamos de algo, había que esperar de nuevo el siguiente
viaje.
Imborrables y felices recuerdos de aquella época…
Pero este domingo no había ningún otro plan
salvador, así que nos quedaban las visitas de cortesía que mi mama organizaba…
Yo me acuerdo específicamente de dos señoras, madre e hija, que nos
esperaban ansiosamente cada domingo. No recuerdo sus nombres pero el aspecto de
una, era como de bruja de cuento... Ojos
saltones celestes, nariz alargada y arqueada en la punta, labios finitos
siempre húmedos y creo que hasta le faltaban un par de dientes. Ni hablar del
pelo que era un ceniza apagado (muy apagado) otrora rubio oro.
Impresionante.
Mi hermana Adriana le decía Mel Brooks, por el parecido con el actor comico...Sin palabras.
Obviamente ninguna quería ir,
pero como mi mama siempre nos inculco hacer el bien, y estas señoras estaban tan solas, nos terminábamos convenciendo del
buen acto y accedíamos sumisas.
Cuando llegábamos a la casa, pasábamos de la
brillante tarde de sol, a las penumbras del sombrío living de estas aterradoras
abuelitas ( no recuerdo ninguno de sus nombres). Frio y húmedo, el living
apenas iluminado con una lámpara, era el lugar de reunión.
Yo no sé mis hermanas, pero la sensación de
encierro era realmente sofocante. Enseguida nos ofrecían un pedazo de bizcochuelo,
que casi siempre seco y con gusto rancio
muy educadamente aceptábamos por cortesía. Después de unos
minutos que mi mama se tomaba para ponerse al día de la salud y demás temas de conversación
de la tercera edad, muy aburrido por cierto, pasábamos de lleno al tema en cuestión:
Cantar
Mi mama inclinando la cabeza daba
comienzo a nuestra misión. Y nosotras sin dudar afinábamos las voces, para
entonar los cantos que en la Iglesia cada miércoles y domingo practicábamos:
“ Cuando otros nin%os se asustan, del trueno y la tempestad, yo de nada tengo miedo, porque he aprendido a orar"… Cantábamos
las tres a dos voces, en un tono dulce y suave como solo los chicos pueden
cantar.
Y viendo los rostros de las dos abuelas, emocionándose hasta las
lagrimas, llevándose las manos al pecho, y conteniendo la respiración, no hacían
más que abrazarnos después de cada canción, para darnos todo ese amor que tenían
contenido, y que solo nosotras, gracias a mi mama que insistía en visitarlas, éramos
las afortunadas de disfrutar.
Nunca me voy a olvidar de la sensación
de bienestar que nos invadía al salir de allí. Misión difícil si las hay, pero
cuanto amor no correspondido que hay en
todos los abuelitos que están solos, algunos no tienen familia, algunos no
tienen nietos y otros los tienen, pero son abandonados egoístamente!!
Disfruten a sus abuelos, y háganles compañía,
escúchenlos, háblenles, se sorprenderían lo que ellos tienen para dar, más de
lo que nosotros pensamos: años de sabiduría,
experiencias de vida, anécdotas, pero sobre todo,
ese amor incondicional y sin vergüenza, que cuando uno es padre no se da
cuenta que tiene que dar…
Con mucho amor para todos los
abuelos y ancianos del mundo…en especial a mi abuela Maria, que ya no esta con nosotros y a la que recuerdo todos los dias!!!
Desde California
Marisa a Secas